(Toledo, 18 de diciembre de 2011. Malos tiempos para la lírica)
En este año tenemos la ocasión de celebrar este día sin digerir aún los últimos recortes en Servicios Sociales. Teniendo en cuenta que el Servicio de Atención y Mediación Intercultural (SAMI) ha pasado a mejor vida, cabe recordar algunas cifras que seguramente arrojen mucha luz a esta decisión, o, al contrario, algunas sombras caigan sobre aquellos que han tomado las decisiones. (seguir leyendo)
En este año tenemos la ocasión de celebrar este día sin digerir aún los últimos recortes en Servicios Sociales. Teniendo en cuenta que el Servicio de Atención y Mediación Intercultural (SAMI) ha pasado a mejor vida, cabe recordar algunas cifras que seguramente arrojen mucha luz a esta decisión, o, al contrario, algunas sombras caigan sobre aquellos que han tomado las decisiones. (seguir leyendo)
Según el último informe de La Caixa sobre Inmigración y Estado del Bienestar, más del 30% de la población inmigrante vive en la pobreza, frente al 16% de la población española. El 50% de los españoles piensan que los inmigrantes son una carga para el país, a pesar de que las cifras aclaran muy definidamente que esta población ha aportado mucho más de lo que ha demandado al estado del bienestar, es decir, que la balanza real entre lo que dan y lo que quitan se decanta de manera absoluta por lo primero. También dice este informe que España es uno de los países europeos que menos gastan en inversión para la inclusión social en inmigración, y alerta sobre la necesidad urgente de tomar medidas de adaptación en sanidad, educación y servicios sociales para evitar la creación de guetos en escuelas y espacios, junto a otras dinámicas sociales que aminoran las posibilidades reales de integración e incorporación en la sociedad de acogida.
Después de que este informe nos aclarara todas estas cosas hacia el mes de marzo de 2011, a lo largo este año otras cifras y estudios nos han desvelado que la crisis, como todo el mundo sabe, afecta de manera despiadada sobre los colectivos más vulnerables. Todos sabemos quiénes ocupaban los puestos con peores condiciones laborales, y por qué siempre salen perdiendo los mismos, sean migrantes o autóctonos. Y también sabemos por qué con los malos tiempos vuelven a surgir las lógicas de superioridad del nacional sobre el extranjero (si es de un país determinado, porque el alemán jubilado no nos molesta), y la necesidad de contar con chivos expiatorios, así como el caldo de cultivo necesario para la irrupción de brotes xenófobos.
Por todo ello ahora, según el nuevo gobierno autonómico, es el mejor momento para prescindir de un servicio como el SAMI, que se ocupa de velar por la igualdad en el acceso a recursos, por la prevención y resolución de conflictos sociales y culturales, el apoyo y asesoramiento a todos los profesionales de lo social, por la sensibilización y el tratamiento de la diversidad, y por extender la filosofía de la mediación en instituciones educativas y sociales como metodología de superación de conflictos y/o problemas sociales.
Ni la diversidad es traída de manos extranjeras, ni los conflictos los originan los “otros”. Entre “nosotros”, los nativos, la interculturalidad es un hecho, así como tenemos una necesidad fundamental de trabajar por una sociedad diversa, igualitaria en derechos y obligaciones, que pueda ofrecer pluralidad de opciones y posturas en igualdad de condiciones. Éste era el cometido del SAMI. Un proyecto que cada vez se iba perfilando con más claridad hacia una mirada interna, puesto que las personas migrantes y las minorías étnicas deben formar parte de nuestra propia identidad, como un factor añadido más al género, la edad o la clase social.
Ahora más que nunca es necesaria esta mirada. En este contexto y sin poder olvidarnos de los colectivos más vulnerables, no nos podemos permitir prescindir de un marco concreto y correcto sobre la integración. Pero con mucha tristeza hay que decir que con las decisiones tomadas hablamos todos. Habla el propio poder sobre la manera en que quiere construir su ciudadanía. Y también lo hacemos todos, cuando de todos los recortes, unos adquieren más relevancia que otros; cuando en la opinión pública, se hacen eco de unos sobre otros; si creemos que tenemos rivales en lugar de compañeros de viaje con los que aprender, o cuando no nos sentimos identificados con determinados servicios.
Cualquier recorte es malo por naturaleza, y es de imaginar (siendo muy bien pensado) que ni siquiera al que decide le gusta ejecutarlos. Pero en los tiempos que corren, estos servicios deben ser potenciados, no suprimidos. Si hay más gente pasando dificultades, parece fácil pensar que los que lo tienen más complicado lo pasarán peor. Y si a pesar de esta reflexión tomamos la decisión de suprimir un servicio que en la práctica dedica el mayor porcentaje de atenciones a acercar o informar sobre recursos, estamos diciendo que no se encuentra en nuestra prioridad el intento por mejorar las condiciones de vida de aquella gente cuyas cartas son peores que las nuestras.
Podemos comprender los cambios. Mejorar siempre es bueno. Pero para eso debe haber un camino con unas medidas que nos lleven a mejorar, no a exterminar. La destrucción no es eficaz, y mucho menos conveniente en lo social, puesto que de la noche a la mañana la vida de las personas cambia radicalmente, y ésta ya es lo suficientemente complicada…. Desconocemos si tienen alternativas para aquello que ha dejado de existir, pero de momento lo que brilla por su ausencia es la sensibilidad sobre las consecuencias directas que estas decisiones tienen en las personas que necesitan de los Servicios Sociales. Puede que sea porque les resulta tan ajeno como extraño que alguien necesite apoyos para llevar una vida normalizada. Y que esos apoyos proporcionen igualdad de oportunidades.
Para terminar hay que decir que con estas medidas debemos hablar todos, alto y fuerte. Decir que todos estamos en el mismo barco, y que nos importan por igual todas las personas y situaciones. De cómo construyamos nuestro propio sentido de la solidaridad depende la ayuda que podemos recibir en un futuro. Y alguna cosa más también está en juego…. Reflexionemos sobre ello.
Isabel Ralero Rojas. Antropóloga y mediadora social intercultural.
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